Juego de equilibrios

Cuando el jardinero Paxton ofreció utilizar para la construcción del edificio que albergaría la Exposición Internacional de Londres, en 1851, el sistema que él había ideado para sus invernaderos, nunca se imaginó que estaba sentando las bases para un nuevo tipo de arquitectura: la Casa de Cristal.

Esta soberbia propuesta, cuyos límites son las sierras de los Andes ecuatorianos, es producto de la valoración de sus autores, los arquitectos Adrián Moreno, María Samaniego y Lía Moreno Samaniego, por la prototípica “Casa de Vidrio”. Emplazada en el valle de Tumbaco, al este de la ciudad de Quito, en Ecuador, esta residencia permite disfrutar de un paraje de indescriptible belleza que goza de un clima templado todo el año.

La serenidad de su diseño arquitectónico, inspirado en las obras abstractas del escultor norteamericano Donald Judd, y la personalidad rotunda que imprime la geografía del lugar, aportan a esta residencia una suave sensación de cobijo y calidez.

Una “escultura habitable” del minimalismo que, a través de planos de doble altura, unos vidriados y otros, de policarbonato blanco, se desmaterializa virtualmente, comunicando de esta manera la respetuosa intervención de su arquitectura sobre la naturaleza.
Una propuesta que apuesta a una solución espacial volcada al exterior, sin renunciar a la privacidad, con una lectura formal clara y netamente contemporánea.
Este proyecto fue resuelto a partir de una estrategia simple: el empleo de dos prismas de forma apaisada, con diferentes longitudes, paralelos y articulados entre sí. Volúmenes, casi etéreos, que organizan programáticamente la vivienda y definen la identidad formal de la obra a través de un gran trabajo de síntesis.
Este conjunto de prístinas figuras plásticas se conforma por medio de livianas estructuras de acero, apoyadas sobre una ligera plataforma pétrea que soporta el acero oxidado y el enchapado de madera de una de las cajas. Un plano horizontal, de hormigón armado, que separa la vivienda del terreno y la eleva aún más, como si estuviera levitando sobre el mismo.
Como si el viento y la lluvia hubieran erosionado la base de la colina sobre la cual la casa se enraíza, se asoma, como una parte más de un organismo lleno de vida, un volumen – cochera – que, a pesar de su morfología y materialidad diferente del resto, coexiste en perfecto equilibrio visual y formal.
En la propuesta de su arquitectura interior, verdadera exaltación del espacio, se privilegiaron los valores espaciales por encima de los funcionales, desmaterializando los límites. Al hallarse totalmente abierta la longitud de la planta, se pone en valor el universo de la percepción, el aspecto lúdico de la transparencia de los volúmenes, el placer y la posibilidad de nuevos modos de relación y vínculos con la naturaleza en este residencia.

Una vivienda donde hay rincones abiertos y descontracturados, ideales para perderse en la perspectiva soñada que asalta desde cada una de sus muros virtuales.
Ámbitos que emanan un clima informal y, a la vez, intimista, donde diversos sectores se caracterizan por la claridad imperante y la presencia de muebles y objetos de clara identidad contemporánea, muy a tono con la personalidad de esta residencia.
El gran espacio de la casa lo constituye, sin dudas, el estar, configurado dentro de un espacio de doble altura y hacia donde balconea la circulación de la planta alta.
Además, toda la gracia de esta vivienda reside en el equilibrio justo de los materiales que la conforman: acero, algo de hormigón y vidrio especular a borbotones…
Definitivamente, un refugio ideal para disfrutar del sol, recibir amigos y relajarse desde cualquier rincón, para contemplar la magnificencia del valle y el cielo azul ecuatoriano.~

Texto: Dis. Int. Ana Thorschmidt
Fotos: Sebastián Crespo

PROYECTO
Adrián Moreno
María Samaniego
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